Por más de 12 años el Congreso Nacional se mostraba ante su pueblo como un lugar muy lejano, frío y oscuro; una cerca de metal y fierros negaban el acceso al hondureño más humilde a que visitara, la que, por derecho constitucional, es su casa, la casa del pueblo.
Las cosas en este Congreso Nacional que preside Luis Rolando Redondo y su Junta Directiva son totalmente diferentes.
En el pasado quedaron las rejas que separaban y alejaban al pueblo de sus diputados, ahora la plaza del edificio legislativo alberga a cientos de hondureños que se movilizan de todas las partes del país.
Aquí, los catrachos tienen la libertad de manifestarse, de exigir, de bailar, de festejar y de celebrar, en su casa del pueblo, han convertido el que por 12 años fue un frío y silencioso Congreso Nacional, en una fiesta llena de color y música. Ahora todos pueden visitar el hemiciclo legislativo.
Desde una taza de café hasta la carne asada, la música, los amigos platicando del partido de fútbol de ayer, los abuelos dando cátedra de civismo al levantar esa bandera que encabeza la Libertad de un nuevo país, el amigo paletero que aprovecha el momento para ganarse el día, y los amigos que venden la horchata para refrescar el cuerpo por un caluroso día.
Aquí en el Congreso Nacional todos son bienvenidos, aquí no existen más cercas, aquí se puede protestar con libertar y sin miedo a la reprensión. Aquí tanto el maestro como el amigo de tierra adentro tiene el espacio para exigir sus derechos y encarar a sus diputados a que los representen con dignidad y respeto.
En este nuevo Congreso Nacional, vuelve a ser del pueblo.